martes, 18 de enero de 2011

Notas de un traidor reconciliado, o historia de un enamorado


Notas de un traidor,

palabras de un reincidente ingrato,

intentos insuficientes y adormecidos

atrapados en un corazón cerrado,

santos impulsos acallados en la fatua adolescencia

que mi púgil viejo enemigo despierta.


¿Quién eres, Dios?

Quién eres Tú, detrás de este misterio escondido:

la vida y la muerte,

lo que es, lo que se alza y lo que se hunde,

lo que se expande y todo lo que no alcanzo,

lo que me lanza a lo inefable y me sorprende,

el mismo ser humano.


Tanto sin saber,

tanto desconocer.


¿Quién eres?,

revolucionario del amor,

pues te encuentro cual loco,

cuál necio amoroso,

que empeñado en sublevar mi alma,

abates las barreras que mi cerrazón levanta.


¿Quién eres?,

ahí escondido

detrás del velo prodigioso

que mis raídos ojos miran impedidos.


¿Qué puedo hacer sin ti?,

que en el humilde silencio

rompa mi indiferencia

y me lance hacia Ti.


Te necesito,

y en el universo

no cabe duda de ello,

lo constato con vigor,

como al hambre de pan,

como a la muerte.


Has cavado hondo en mi alma,

y allí haz dejado la tuya,

cual semilla originaria,

imagen y semejanza,

clara, hermosa y evidente,

para que no me olvide,

para que no me pierda,

para que me alce en guerra

cuando por doquier encuentre

el hambre, la injusticia, la ceguera.


Tanto golpearte con mi espalda

cuando embriagado en mentiras

me lanzo al vacío de mis torcidas vaciedades:

bulla, espejismos, liviandades,

mi corazón dividido en tantas partes,

acechado por oscuras aves rapaces,

casi ya ni me pertenece,

y encadenado bajo la mesa de tu generoso banquete,

yo mismo arrebatado

a donde a penas oigo los ecos de mi alma,

bebiendo solo de amargos charcos

en algún sucio subterráneo.


Aún así mi alma no muere,

y a lo lejos mi hambre parece tornarse en grito,

un levantamiento en silencio,

un intento de sublevación,

¡te necesito!

y sin saber explicarlo,

te encuentro,

tan grande,

que en Ti al fin descanso.


Me miras y recoges aliviado,

Dios enamorado,

herido y rendido sobre mis manos,

mis culpables y ensangrentadas manos,

que ahora se alzan para agradecerte,

haciéndote presente,

silencioso y fiel,

luminoso torrente,

humilde y sosegado,

donde quisiera quedarme varado.


En aquel rinconcito encendido,

tus palabras me abrazan como ardientes llamas,

abro mis ojos y te reconozco

al caer conquistado bajo tus gloriosas llagas,

para que de las mías reconciliadas

brote un torrente de agua

para la eternidad anhelada.


Contigo,

donde el tiempo se postra de rodillas,

más cerca de casa,

donde muchas veces las palabras sobran,

y me sobrepasas,

donde la eternidad encuentra rendijas puras

para filtrarse con dulzura,

y elevar mi cotidiano paso hacia tus alturas,

donde me atrapas,

al son de tu mística melodía

y mi corazón dilatas,

en el encuentro de nuestras dos almas.

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